Su comienzo se sitúa tradicionalmente con la caída del Imperio Romano de Occidente y su fin con el descubrimiento de América, o con la caída del Imperio Bizantino en 1453, fecha que coincide con la llegada de la imprenta a Europa y con el fin de la Guerra de los Cien Años.
Inicios de la edad media
Ningún evento concreto determina el fin de la antigüedad y el inicio de la edad media: ni los ya mencionados como referencia aproximada ni el saqueo de Roma por los godos dirigidos por Alarico I en el 410, ni el derrocamiento de Rómulo Augústulo (último emperador romano de Occidente) fueron sucesos que sus contemporáneos consideraran iniciadores de una nueva época.
La culminación a finales del siglo V de una serie de procesos de larga duración, entre ellos la grave dislocación económica y las invasiones y asentamiento de los pueblos germanos en el Imperio romano, hizo cambiar la faz de Europa. Durante los siguientes trescientos años Europa occidental mantuvo una cultura primitiva aunque instalada sobre la compleja y elaborada cultura del Imperio romano, que nunca llegó a perderse u olvidarse por completo.
LA CREACIÓN DE UN NUEVO ORDEN
El imperio de Carlomagno (742-814) constituyó el primer intento de crear un nuevo orden después de los graves trastornos que se habían producido a raíz de las invasiones de los pueblos germánicos y la decadencia y caída final del imperio romano.
A la muerte de Carlomagno (814) siguieron nuevas conmociones producidas en gran parte por nuevas migraciones e invasiones: los germanos del norte o normandos, provenientes de Escandinavia, se dirigieron a Rusia, Inglaterra, el norte de Francia y el Mediterráneo.
Los pueblos eslavos se extendieron por la Europa centro-oriental. Los húngaros o magiares, jinetes nómades provenientes del centro de Asia, recorrieron la cuenca del Danubio. En el curso del siglo X estos pueblos se hicieron sedentarios y se convirtieron al cristianismo. Empezaron a formarse los pueblos que en definitiva determinarían la fisonomía de Europa.
Todos estos cambios se produjeron en medio de una transformación general de las formas económicas, sociales y políticas. Decayeron las ciudades, disminuyó y casi desapareció el comercio internacional, se redujo el uso de la moneda y la tierra quedó como la principal riqueza. Los poderes centrales perdieron toda autoridad y desapareció la organización administrativa burocrática.
Lentamente se formó un nuevo orden que ha recibido el nombre de feudalismo.
El feudo
El régimen vasálico constituyó una determinada forma de organización del poder cuyo desarrollo se vio favorecido por las condiciones económicas imperantes en la época. En aquellos tiempos la tierra era la única riqueza. Muchas veces los propietarios, al encomendarse a una persona más poderosa, solicitaron protección no sólo para ellos mismos, sino también para sus tierras. A menudo donaban sus tierras a su protector, pero conservaban su usufructo. Por otra parte, los señores poderosos, dueños de grandes propiedades, para recompensar a sus servidores, les daban uno de sus propios dominios y les permitieron recibir sus productos. El dueño daba su tierra en beneficio o, como se diría luego, en feudo.
En un comienzo se concedieron los feudos ante todo como compensación económica por los servicios prestados. Más, con el tiempo se generalizó la costumbre de que los señores diesen los feudos a aquellos que se encomendaban a ellos como vasallos.
Régimen feudal
Este sistema de tenencia de la tierra y servicio personal se generalizó en la mayor parte de Europa, si bien sus formas específicas variaron mucho de un país a otro y, de un siglo a otro.
El acto mediante el cual una persona se convertía en vasallo y recibía un feudo era solemne, lleno de colorido. El vasallo debía prestar el homenaje: se arrodillaba, con la cabeza descubierta y sin armas, y colocaba sus manos juntas entre las manos del señor. Luego decía: "Señor, yo seré vuestro hombre". Al homenaje seguía la fe, el juramento de fidelidad que se prestaba poniendo el vasallo sus manos sobre las Sagradas Escrituras o una reliquia. Luego seguía la investidura: el señor investía al vasallo del feudo y con este fin le entregaba un objeto simbólico, una rama o un terrón que representaba la tierra enfeudada.
Mediante el homenaje y la investidura se establecía un contrato que imponía obligaciones recíprocas.
El señor debía al vasallo protección y mantención. El vasallo debía ayuda y consejo. La ayuda más importante era el servicio militar o servicio de hueste: el vasallo debía presentarse con armadura y caballo y debía mantenerse con sus propios medios.
Con el tiempo no sólo las tierras, sino también toda clase de funciones y derechos públicos fueron entregados en feudos. Los condes, que una vez habían sido funcionarios nombrados por el rey, se convirtieron en vasallos que ejercían las funciones públicas por derecho feudal. El rey feudal gozaba de un poder muy limitado. Sólo ejercía autoridad sobre sus dominios propios y los vasallos inmediatos, pero no tenía ningún poder directo sobre la gran masa de la población.
Cada señor gobernaba en sus dominios. Los grandes señores, los duques y condes, eran verdaderos reyes en sus dominios: mantenían sus propias fuerzas militares, administraban justicia, percibían impuestos y acuñaban monedas. Y también los vasallos inferiores ejercían funciones públicas que en el imperio romano habían sido desempeñadas por la administración imperial y que en el Estado moderno serían desempeñados por los organismos propios del Estado.
La Iglesia en el sistema feudal
La Iglesia recibió por donación o
legado extensas tierras que estaban sujetas a las obligaciones feudales.
Los obispos y abades, al mismo tiempo de ser ministros de la Iglesia,
se convirtieron en vasallos de los reyés y en grandes señores.
Cuando moría un vasallo laico sin
herederos, la administración del feudo volvía a manos del señor.
En cambio, los feudos de la Iglesia no pertenecían a un obispo o
abad en particular. Por eso, cuando moría un obispo, el contrato
feudal no era alterado y la Iglesia conservaba la tierra. De esta
manera, las posesiones de la Iglesia aumentaron cada vez más y finalmente
la tercera parte de la propiedad agrícola en la Europa occidental
y central perteneció a la Iglesia.
La sociedad feudal
La sociedad medieval se compuso de
grupos sociales fijos, los estados o estamentos: nobleza,
clero y población campesina.
La nobleza feudal estaba formada
por el rey y los señores y sus vasallos.
Su estado era hereditario, o sea,
era una nobleza de sangre. En tiempos de guerra casi
permanente los mayores honores eran concedidos al hombre que manejaba
la espada. La nobleza medieval fue fundamentalmente una nobleza
guerrera. Según el derecho feudal cada persona sólo podía ser
juzgada por alguien que fuese igual o superior. Por eso los nobles
sólo podían ser juzgados por otros nobles, sus pares o iguales.
El clero cumplió, junto con sus funciones religiosas, con importantes
funciones sociales y culturales. Los miembros del clero recibían una educación
superior que los capacitaba para asumir la dirección de la sociedad. Si
bien los miembros del alto clero provenían a menudo de la nobleza, la
Iglesia estuvo siempre abierta a todos los grupos de la sociedad, de modo
que también humildes campesinos tuvieron la posibilidad de ordenarse sacerdotes
y ascender a los más altos cargos eclesiásticos.
En la base de la escala social se
encontraba la población campesina, el tercer estado. Sólo
unos pocos campesinos conservaron la libertad personal, en su mayor
parte eran siervos que, por nacimiento y herencia, dependían de
algún señor.
La villa, núcleo básico de la economía medieval
El régimen feudal constituía una
organización del poder político que regulaba los derechos y deberes
de los señores y los vasallos. Su base económica era la villa, organización
del trabajo agrícola, de la vida de los campesinos y de las relaciones
entre éstos y el señor de la villa.
La villa tuvo sus orígenes en las
formas de explotación de los últimos tiempos del Imperio Romano
y en las condiciones que se produjeron a raíz de las invasiones.
Durante aquellos tiempos calamitosos muchos pequeños propietarios
prefirieron entregar su tierra a algún propietario poderoso y convertirse
en siervos de éste con el fin de recibir su protección.
El feudo de un gran señor podía comprender
a cientos de villas, mientras que un feudo pequeño podía estar formado
por una sola villa. La parte mas importante de la villa estaba formada
por la casa señorial que muchas veces era un castillo fortificado.
A su lado se elevaban los almacenes, talleres, establos, los hornos
y los molinos.
Cerca del castillo estaban la capilla o iglesia,
la casa del sacerdote y la aldea con sus angostas callejuelas y
las modestas casas de los campesinos o villanos. Las tierras de
la villa estaban divididas en dos partes: una parte, la tierra señorial
o "reserva", era explotada directamente por el señor a
quien correspondían todos los productos. El trabajo era ejercido
por los siervos domésticos y por los villanos que estaban obligados
a prestar servicios personales. La otra parte estaba dividida en
lotes o "mansus" que eran concedidos a los villanos quienes
los explotaban en beneficio propio a cambio de lo cual debían pagar
un censo y prestar servicios personales.
El censo se pagaba en especies: granos,
carnes, aves, huevos, miel, telas. Los siervos debían trabajar en
las tierras del señor dos o tres días de la semana y debían aportar
sus herramientas y su propia yunta de bueyes. Además estaban las
praderas y los bosques comunes, sobre los cuales el señor se reservaba
algunos privilegios, como el derecho de caza, pero que por lo demás
podían ser aprovechados por todos los villanos para que pudieran
llevar allá sus animales y sacar leña.
IGLESIA Y SOCIEDAD EN LA EUROPA MEDIEVAL
A diferencia del feudalismo, que
se caracterizaba por la existencia de un sinnúmero de poderes locales,
la Iglesia disponía de una fuerte organización centralizada que
constituyó la principal fuerza unificadora durante la Edad Media.
Bajo la dirección de la Iglesia, la cristiandad o República cristiana
se comprendió como unidad. La Iglesia ejerció numerosas funciones
propias del gobierno civil y tuvo decisiva influencia sobre todo
el desarrollo social y cultural. La Iglesia poseyó también un enorme
poder material, ya que tenía el derecho al diezmo, la décima parte
que cada uno debía pagar de sus entradas a la Iglesia y, además,
recibió grandes donaciones de tierras.
La iglesia acompañaba al hombre durante toda su vida. Por medio del sacramento
del bautismo el niño se convertía en cristiano y recibía un nombre cristiano.
Por medio de la confirmación el bautizado era recibido definitivamente
en la Iglesia. La confesión y penitencia absolvían al pecador de sus pecados.
En la celebración de la Santa Eucaristía el sacerdote consagraba el pan
y el vino en conmemoración de la Última Cena.
El matrimonio sólo era reconocido
cuando recibía la sanción y bendición por medio del sacramento del
matrimonio. El sacramento de la ordenación era conferido a los que
se ordenaban sacerdotes. El sacramento de la extrema unción era
dado por el sacerdote antes de la muerte. Los sacerdotes eran esenciales
para la salvación eterna. Los sacramentos los confería la Iglesia
por intermedio de sus sacerdotes.
Durante la Edad Media la Iglesia se
esforzó por suavizar las costumbres, suprimir los espantos de la
guerra e imponer el ideal cristiano de la paz. Por medio de la
Tregua de Dios la Iglesia logró limitar las acciones bélicas a ciertos
días de la semana, quedando prohibido el uso de la espada en los
días consagrados especialmente a Dios.
La Iglesia mantenía sus propios tribunales
con el fin de proteger a los débiles y desamparados y de castigar
a los que violaban los mandamientos religiosos y eclesiásticos.
Administraba justicia según el Derecho Canónigo, el derecho de la
Iglesia, una recopilación basada en las Sagradas Escrituras, los
escritos de los Santos Padres, las resoluciones de los Concilios
y los decretos de los Papas.
El peor crimen y pecado era la herejía,
la creencia en errores que, por ser contrarios al dogma, habían
sido condenados por la Iglesia. La herejía era un crimen contra
Dios y la sociedad. El herético se colocaba al margen de la sociedad
religiosa y de la sociedad civil y era castigado por ambas. Para
perseguir y castigar a los herejes, la Iglesia estableció los tribunales
de la Inquisición.
Las principales armas que usaba la
Iglesia contra quienes la ofendían eran la excomunión, el entredicho
y la destitución de los gobernantes impíos. La excomunión negaba
al culpable los servicios de la Iglesia. El hereje que no se reconciliaba
con la Iglesia era entregado a las autoridades civiles que
solían condenarlo a morir en la hoguera. Por medio del entredicho
se cerraban las Iglesias y se suspendían los servicios religiosos
en un distrito entero hasta que los culpables, bajo la presión de
la población piadosa afectada por esta terrible medida, deponían
su actitud rebelde.
El gobernante que violaba las leves
de la Iglesia podía ser destituido por ésta. Los súbditos de un
príncipe excomulgado quedaban absueltos del juramento de fidelidad.
En el curso del tiempo las relaciones
entre el poder temporal y el poder espiritual se hicieron cada vez
más estrechas. Los reyes francos y los emperadores alemanes que
siguieron a Carlomagno ayudaron a los Papas. Estos intervenían en
la coronación de los emperadores. Los obispos que obtenían algún
feudo debían servir a su señor feudal. Durante el siglo X los emperadores
alemanes intervinieron directamente en Roma con el fin de proteger
a los Papas contra la poderosa nobleza y el inquieto pueblo romano.
Los emperadores y reyes se arrogaron el derecho de designar directamente
a los obispos y abades.
Durante el siglo XI se produjo un profundo
renacimiento religioso que tuvo su origen en la orden monástica
de Cluny que había sido fundada en Borgoña en 910. Los monjes cluniaenses
quisieron reformar los monasterios y la Iglesia entera con el fin
de que se pudiera dedicar enteramente a sus fines religiosos. Para
ello era necesario librarla de la dominación de los Príncipes. Había
que poner término a la investidura laica, la designación de los
obispos por los reyes.
En el año 1059 se creó el Colegio
de Cardenales en Roma, que recibió la función de elegir al Papa
con prescindencia de toda posible influencia por parte de los poderes
políticos.
La reforma fue apoyada entusiastamente
por el Papa Gregorio VII (1073-1'085). Durante la querella de las
investiduras se produjo un violento conflicto entre el Papado y
el Imperio. El emperador Enrique IV insistió en su tradicional derecho
de nombrar a los obispos. Gregorio VII luchó por la libertad de
la Iglesia y excomulgó a Enrique IV. Este se vio obligado a someterse.
En el año 1077 Enrique IV apareció en Canosa, un castillo de los
Apeninos, vestido de penitente, y permaneció descalzo durante tres
días y tres noches en la nieve hasta que Gregorio lo absolvió y
lo admitió nuevamente en la Iglesia.
En los decenios siguientes la Iglesia
pudo imponer ampliamente sus exigencias y el Papado alcanzó un poder
cada vez mayor. Inocencio III (1198-1216) proclamaba que la autoridad
del Papa estaba por encima de todo poder temporal. Los reyes de
Inglaterra, Dinamarca, Polonia, Hungría, Aragón y Portugal se convirtieron
en vasallos de San Pedro y juraron fidelidad al Papa.
En el curso de los siglos XII y XIII
se produjeron grandes cambios en Europa. Renacieron las ciudades
y el comercio y se fundaron colegios y universidades. Para responder
a estos cambios se crearon dos nuevas órdenes religiosas: la orden
franciscano, fundada por San Francisco, y la orden
dominicana, fundada por Santo Domingo. Los monjes de estas
nuevas órdenes no se retiraban a la soledad monástica, sino que
se mezclaban con el pueblo. Recorrían las calles y las plazas y
predicaban el Evangelio con el fin de inculcar la fe cristiana y
combatir las herejías. Los dominicanos se destacaron como filósofos
y teólogos y muchos de ellos fueron profesores eminentes en las
universidades de Bologna, París, Colonia y Oxford.
Durante cientos de años los peregrinos
cristianos pudieron visitar los santos lugares en Palestina, ante
todo los lugares de la Pasión y el Santo Sepulcro en Jerusalén.
Pero en el siglo XI los turcos seldyúcidas, fanáticos musulmanes,
se apoderaron de Palestina y pusieron en peligro a Bizancio, cuyo
emperador solicitó ayuda de la iglesia de Occidente. En el Concilio
de Clermont (1095) el Papa Urbano II invitó a los fieles a "tomar
la cruz" y a rescatar Tierra Santa de los infieles. Durante
los siglos XII y XIII millares de cruzados se dirigieron a Palestina,
por mar y por tierra, con el fin de reconquistar Tierra Santa para
la cristiandad.
Los cristianos conquistaron grandes
triunfos y, temporalmente, pudieron establecer su dominio sobre
Jerusalén y otros lugares. Mas, a la postre, los musulmanes lograron
mantener su posición.
A pesar de que las Cruzadas no consiguieron
su fin, tuvieron enormes efectos sobre Occidente. Se estrecharon
los contactos con Oriente, los europeos conocieron una cultura que
en muchos aspectos era superior a la propia, se abrieron los mercados
asiáticos y se intensificó el comercio internacional. Los mercaderes
italianos se encargaron de llevar a Europa caña de azúcar del Líbano
y Siria, y sedas, especias, tejidos finos y piedras preciosas del
Cercano y del Lejano Oriente.
aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa.-.*-*.-.*....*
ResponderEliminarque bn expicado sois geniales gracias
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